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LA REVOLUCIÓN DESENMASCARADA

LA REVOLUCIÓN DESENMASCARADA 


Por Monseñor Jean-Joseph Gaume

 

Pronotario apostólico francés del siglo XIX (1802-1889)

 

(El título prelaticio se lo otorgó el Papa Pío IX en 1854)

 

Extracto de la traducción al castellano de D. José María Puga y Martínez

 editada en 1856 de su obra en francés en 12 tomos intitulada:

 

“La Revolución, investigaciones históricas sobre el origen del mal en Europa,

desde el Renacimiento hasta nuestros días”

 

            Nota previa del copista: nosotros hemos conocido por la década de 1990 esta obra magistral por una  cita de Monseñor Marcel Lefebvre en uno de sus escritos y a través de sus hijos sacerdotes de la Congregación Fundada por él en 1970: la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Queremos también informar que en aquella época esta obra Contrarrevolucionaria la encontramos en la Biblioteca Nacional de Uruguay. Actualmente en wikipedia aparece en las Obras de M. Gaume como “texte en ligne”. Hemos intentado abrir los tomos pero no pudimos. Pero en el transcurso de este año 2023, asistiendo  a una Misa Tridentina como feligreses - hemos escuchado, con regocijo de hijos, a un sacerdote – hijo de Monseñor Lefebvre – citar esta preciosa y lúcida obra en un sermón dominical en Montevideo-Uruguay. Lo cual no es poca cosa. Todo lo contrario: es una gran Gracia del Espíritu Santo.

 

Del tomo I

Revolución Francesa

Período de destrucción

 

(Páginas 17 a 21)

 

            “Si, arrancando la máscara a la Revolución, le preguntáis quién es, os dirá: No soy lo que se cree; muchos hablan de mí y pocos me conocen. Yo no soy el carbonarismo que conspira en medio de las sombras, ni la rebelión que estalla en las calles, el cambio de la monarquía en república, ni la sustitución de una monarquía por otra, ni la perturbación momentánea del orden público. Yo no soy los alaridos de los Jacobinos, ni los furores de la Montaña, ni el combate de las barricadas, ni el pillaje, ni el incendio, ni la ley agraria, ni la guillotina, ni las sumersiones. Yo no soy Marat, ni Robespierre, ni Babeuf, ni Mazzini, ni Kossuth. Esos hombres son mis hijos, pero no yo; esas cosas son obras mías, pero no yo. Esos hombres y esas cosas son hechos pasajeros, y yo soy un estado permanente.[i]

 

            Yo soy el odio a todo orden religioso y social que el hombre no haya establecido y en el que no sea rey y dios a un mismo tiempo. Yo soy la proclamación de los derechos del hombre contra los derechos de Dios; yo soy la filosofía, la religión y la política de la rebelión; yo soy la negación armada; yo soy el establecimiento del estado religioso y social sobre la voluntad del hombre, y no sobre la de Dios; yo, en una palabra, soy la anarquía, pues que soy el entronizamiento del hombre y el destronamiento de Dios. Ved aquí porque me llamo Revolución, es decir, trastorno, puesto que pongo arriba lo que según las leyes eternas debe estar abajo y abajo lo que debe estar arriba.

 

            Esta definición es exacta, y la Revolución misma va a justificarla enumerándonos sus exigencias. ¿Qué es lo que ha pedido siempre y pide todavía la Revolución? La destrucción del orden social y religioso existente. Ella lo ataca incesantemente por todos los flancos y de mil maneras, ya por medio de la injuria, de la calumnia, del sarcasmo y de la violencia, ya calificándole de degradación, superstición y esclavitud. Ella quiere destruirlo todo para rehacerlo todo después.

           

            La Revolución pide la soberanía del hombre, rey, senado o pueblo, con objeto de establecer ya el despotismo de uno solo, ya el despotismo de la multitud, ya una monarquía en que el rey es esclavo del parlamento, el parlamento esclavo de la opinión, y la opinión esclava de unos cuantos hombres.

 

            La Revolución pide la libertad, es decir, la licencia para hacerlo todo, salvo el no dejar con el tiempo hacer nada sin su permiso; la desmembración y enajenación ilimitadas de la propiedad, la libertad omnímoda del derecho al trabajo, de la palabra, de los cultos y del divorcio.

 

            La Revolución pide la igualdad, es decir, la abolición de todos los derechos adquiridos, de todas las jerarquías sociales y de todo género de supremacías en favor de la nivelación completa y general.[ii]

 

            La Revolución pide la sepación de la Iglesia y del Estado para arruinar la influencia social de la primera, despojarla impunemente, y absorber el poder espiritual o de Dios por el temporal o del hombre, a fin de poder realizar esta su máxima favorita: la Iglesia debe estar en el Estado el sacerdote en la sacristía.

 

            La Revolución pide el reconocimiento político y la protección de todos los cultos, para colocar bajo una  misma línea el error y la verdad,[iii] para hacer ambas cosas objetos de igual indiferencia a los ojos del pueblo, para confundirlas en un común desprecio, y sustituir por este medio a la religión revelada por Dios la religión natural, inventada, interpretada y sancionada por el hombre.

 

            La Revolución pide una constitución o carta, es decir, la abolición de la constitución natural, histórica y tal cual se formó y la fueron desarrollando durante siglos las tradiciones y usos nacionales, para reemplazarla por otra nueva, hecha de una plumada, con el fin de abolir todos los derechos anteriores, menos los comprendidos en ella, y únicamente por estar en ella comprendidos.

 

            Tales son las exigencias principales de la Revolución. Hace cuatro siglos que sus órganos de toda Europa no cesan de renovarlas, ya una a una, ya todas juntas, unas veces de una manera imperiosa, otras bajo fórmulas, digámolo así, gubernamentales.

            Decimos desde hace cuatro siglos, porque desde esa época en efecto empezó a formularse en las naciones cristianas la Revolución, es decir, la teoría pagana de la soberanía absoluta del hombre. Partiendo desde arriba para llegar abajo, nos presenta tres fases totalmente distintas. Desde el Renacimiento hasta 1789 fue enteramente real (del la aristocracia corrompida - NOTA DEL COPISTA), en 1789 fue de la clase media, y hoy tiende a hacerse popular.

 

PRIMERA FASE DE LA REVOLUCIÓN

EN LAS NACIONES CRISTIANAS

 

CESARO-PAPISMO MONÁRQUICO ABSOLUTISTA

 O CESARO-PAPISMO DE LA ARISTOCRACIA CATÓLICA CORROMPIDA

 

            Imbuidos por el espíritu de la antiguedad pagana, la mayor parte de los reyes cristianos quisieron hacerse Césares, y la historia nos los presenta aspirando constantemente durante tres siglos, como a último fin de su política,  a debilitar y destruir toda potencia capaz de contrabalancear SU PODER ABSOLUTO y de estorbar su ejercicio. Quisieron hacerse Papas, y de aquí provino la opresión sistemática contra la Iglesia, el despojo de sus bienes y la proclamación de las máximas que tienden a consagrar la emancipación de los monarcas de su autoridad social.

 

SEGUNDA FASE DE LA REVOLUCIÓN

EN LAS NACIONES CRISTIANAS

 

(Reacción de las clases medias contra el paganismo monárquico)

 

CESARO-PAPISMO DE LA CLASE MEDIA BURGUESA ILUMINISTA-ILUSTRADA

 

            A últimos del siglo pasado verifícase con espantosa energía una reacción de las clases medias contra el paganismo monárquico, que queda por ellas destruido y confiscado en provecho propio. Los revolucionarios de 1789, a imitación de los reyes, se hacen también Césares y Papas, y vémoslos por lo tanto arrasar los restos del estado social y religioso, y en medio de sus ruinas óyeseles proclamar en favor suyo la soberanía absoluta del hombre sobre todas las demás.

 

 

TERCERA FASE DE LA  REVOLUCIÓN

EN LAS NACIONES  CRISTIANAS

 

CESARO-PAPISMO  POPULISTA

 

            El pueblo, cuyo brazo llevó a cabo la Revolución; el pueblo, para quien se decía que había sido hecha y que fue víctima de ella, aspira a su vez al Cesarismo y al Pontificado, y con voz cada vez más terrible grita a la clase media: quítate de ahí para ponerme yo. Así que la Revolución, despuésde haber sido real y de la clase media; amenaza con hacerse popular. “La langosta comió lo que dejó la oruga; el pulgón lo que dejó la langosta, y la roya – un hongo – lo que dejó el pulgón” (Profeta Joel 1,4). Tal será, si no lo remedia Dios, la última fase de la Revolución.

 

 

            CONCLUSIÓN

 

            Lo que el paganismo real y de la clase media pidieron para entreambos, lo pide para sí el paganismo democrático, a saber: la supremacía absoluta del hombre en el orden religioso y en el político. La supremacía absoluta en manos de la multitud es la destrucción universal, y por consiguiente la abolición de la propiedad, para llegar, según el pueblo lo entiende y lo proclama, al comunismo y de este a los goces.

 

            ¿Cómo nos hemos de hacer ilusión sobre este punto? ¿Es por ventura la propiedad más que un  privilegio de posesión concedido por Dios a unos con preferencia a otros, por medio del nacimiento o de la herencia, del trabajo aprovechado o de prósperas especulaciones? ¿Qué otra cosa es el sagrado derecho de la propiedad mas que la sumisión a la ley de Dios, que prohibe terminantemente el robo? Si pues la Revolución no reconoce la ley divina como obligatoria en la religión, en la autoridad, en la familia, en las constituciones y en la jerarquía social, ¿por qué ha de reconocer el privilegio de la propiedad? Y si todo pretende renovarlo: religión, Estado, familia, municipio, pueblo y constitución, ¿a qué excluir la propiedad de ese arreglo general?

 

Ved pues aquí lo que  hoy está amenazando a Europa.”

 

 

Copista:  Fernando José  Esmoris Isoleri

 

Cédula de identidad

 

1.530.420-9

 

Pasaporte español

 

XDD134359

 

Pseudónimo latino: Hilarius Athanasius Contra-arianos


[i]       Como dice Abbie Hoffman - revolucionario anarquista judeonorteamericano, emblema de la contracultura de los años 1960 que se suicidó a los 52 años por sobredosis de fenobarbital - : “La revolución no es algo fijo de una ideología, ni algo de una década en particular. Es un proceso perpetuo incrustado en el espíritu humano.”

 

        Y como dijo el revolucionario Jean Paul Marat: “Las revoluciones empiezan por la palabra y concluyen por la espada.”

 

[ii]      Como dice ese gran pensador seglar francés fiel a la Tradición católica, Jean Madiran en su libro: “Las dos democracias” (traducción de 1980): “La aspiración a la igualdad desenmascara su verdadera naturaleza, que es el odio a toda superioridad.”

 

[iii]     Este error es el que lograron plasmar en la Iglesia Docente, los católicos liberales al encaramarse en los altos grados de la Jerarquía de la Iglesia ya que en el Concilio Vaticano II (1962-1965) el Papa Pablo VI promulgó dos Documentos que van en el sentido que, desde el Renacimiento, la Revolución indicaba como acertado. Estos son: el Decreto UNITATIS REDINTEGRATIO  (Sobre el ecumenismo) y la Declaración DIGNITATIS HUMANAE (Sobre la libertad religiosa).